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A veces las lágrimas no son amargas...

Podría ser un estado de ánimo. Una palabra. Un hecho... No lo sé. Pero con qué pocas palabras se puede ser feliz. Hace una semana una editorial me dijo que estaba dispuesta a publicar mi libro. Al principio, no quise emocionarme. Me dije, Lourdes, con calma, nunca se sabe. Creo que en ocasiones estamos tan preparados para un fracaso que cuando nos llega una buena noticia, no sabemos cómo afrontarla. Quizás es lo que a mí me sucedió ya que hasta la noche no fui consciente de cuánto iba a cambiar mi vida a partir de ahora. En realidad, había cambiado desde el mismo instante en que decidí empezar mi libro. Pero había llegado el momento de recoger los frutos que con tanto esfuerzo había sembrado.


Serían las 10 de la noche mientras paseaba a mi perrita Hachi, cuando me detuve en mitad del parque. El aire era frío y las farolas iluminaban tenuemente a nuestro alrededor dibujando sombras para que nos acompañasen en aquella soledad nocturna. Sentía una coraza en mi pecho que me impedía disfrutar todavía de la felicidad que tanto tiempo había esperado vivir. Buscaba una canción en el móvil que representase mi estado de ánimo en aquel instante hasta que por fin caí en Stararful de Sigur Ros. Comencé a andar al son de la música. No era un baile. Era más bien el ritmo de mi vida. Paso a paso, tono a tono, letra a letra había trazado mi destino. La música me trasladó lentamente a un plano más profundo de mí misma de manera que cuando me quise dar cuenta, me encontraba sonriendo de oreja a oreja en mitad del parque con los ojos empapados en lágrimas. Fui consciente de que llevaba más de los 9 años que tardé en escribir el libro esperando vivir aquel instante. Llevaba en realidad desde que tenía 5 años deseando decirme a mí misma "lo has conseguido". Me quité las gafas para secarme los ojos cuando asombrada, mi realidad se transformó. Mi miopía me dibujaba una realidad muy distinta a la que el resto es capaz de ver. Las farolas se transformaron de pronto en enormes bolas de luz sin definición alguna. Cualquier nimia luz, yo la veía amplificada y desdibujada pero a la par, hermosa.


La oscuridad desapareció. Me di cuenta entonces de que en parte, siempre había sido así. Siempre había visto las cosas de manera distinta y como siempre había creído, las historias son como estrellas que esperan que un escritor las vea. Allí, en aquel momento, me vi rodeada de estrellas, de posibilidades y de un futuro que aunque desconocido, resulta prometedor. Cerré los ojos y me permití disfrutar de aquel instante. Con los brazos extendidos sentí la brisa acariciar mi piel. Resultaba fresca sobre mis lágrimas. Aquel contraste me hizo disfrutar aún más de ellas.

Quizás fuese un estado de ánimo. Una palabra. Un hecho... No lo sé y tampoco importa. A veces las lágrimas no son amargas. Son frías y dulces. Suaves y tiernas. A mí, me supieron a felicidad. Me supieron a sueño hecho realidad.


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